27 de octubre de 2011

Gracias y desgracias...

Del libro "Gracias y desgracias de Castilla la Vieja" de Ramón Carnicer
Crónica de una visita a Berlanga en el año 1973

Hoy, miércoles, es día de mercado en Berlanga. El taxista de Almazán me deja en la plaza Mayor, abigarrada, graciosa en la pobre irregularidad de sus viviendas de dos plantas, con soportal sostenido por postes de madera. No es un mercado importante; debió de serlo en un ayer difícil de precisar ("Ahora somos mil cuatrocientas personas, la mitad que antes".)Hay a la venta pollos de quince días (dan siete por cien pesetas) y pollas algo mayores (a treinta pesetas cada una). Unos y otras vienen con sus vendedores desde Ciudad Real. Además, objetos de plástico, de un verde o un amarillo triste, sintético; telas y ropas hechas, caramelos, ajos, cebollas, alubias blancas y negras, garbanzos, algo de verdura, peras ("De verdad -me dice la vendedora-, no de esas que ponen en las cámaras").

Son unas peras acaso jugosas, pero con color de patatas viejas, arrugadas e irregulares, dramáticas, como si hubieran luchado encarnizadamente con la naturaleza para llegar a hacerse. Uno de los vendedores de ropa hecha y cosas de punto se queja de que hoy le han cobrado diez duros por el puesto, en lugar de los cinco de otras veces. Menos mal que no limitan el espacio. De todas maneras -me explica- es mucho menos que en Avilés, a cuyo mercado va en ocasiones y donde le hacen pagar veinte duros el metro cuadrado, y muy medido. Este hombre, que vive en Madrid, y otros de estos feriantes ruedan con sus furgonetas por toda España. Dialoga también con él un tendero de la propia plaza Mayor que vende de todo y acaba de recibir una carga de pilones de sal para las vacas de leche. Me extraño, en broma, de que viniendo a competir con su negocio sea amigo de los vendedores trajinantes.
-Bueno, yo ahora tengo tienda, y la más antigua de Berlanga, pero antes vendí también por todas las provincias, y fui músico de jazz; tocaba el trombón.
En esta misma plaza está el ayuntamiento. Se lee en su fachada: "A la memoria del Cid Campeador, primer señor y alcalde de esta villa, la que generosamente acogió a sus hijas en su viaje a Valencia"; es decir, en la noche pasada aquí tras el maltrato de Corpes y la convalecencia en San Esteban de Gormaz.


Desde la plaza voy al cerro donde se alza el que un día fue hermoso castillo. Aun sigue siéndolo en lo que perdura de su fuerte estructura, aligerada por la fina torre del homenaje. Al pie del cerro quedan lienzos y torreones de la muralla antepuesta. Antes de llegar, paso frente a una puerta por donde asoma un cura ensotanado. Trepa pared arriba una parra que me da pretexto para detenerme y ponderar sus muchas ramificaciones. El cura agradece los elogios; pero los fríos, me dice, raramente hacen madurar las uvas. Al anunciarle que voy hacia el castillo, decide acompañarme. Es un clérigo de la vieja escuela, aunque, entre cautelosas condenas de la modernidad, no se decide a confesarlo. Yo lo animo por ese lado y poco a poco se franquea. Uno nunca rehuye el contacto con los curas a la antigua, mas que nada porque son referencias fijas de nuestra comunidad. Quiero decir que acerca de un cura tradicional no hay que molestarse en pensar mucho ni cabe esperar grandes novedades. Son seres de frutos tan previsibles como un peral o una higuera. Y como el ser humano tiene en lo cotidiano, a lo estable, a lo conocido...

Además un cura a la antigua puede servir de contraste ante lo nuevo y de recuerdo de lo que va perdiéndose. En cambio, ¿qué puede esperarse de una cosa tan aburrida como un cura de la nueva ola? Lo malo es que este cura de Berlanga no pertenece del todo a la especie maciza y a extinguir de los curas viejos. Es un pobre hombre que vive aun, a sus cincuenta y tantos años, en la retórica del seminario y dice a cada momento "ambos", "redil", "sagrada cátedra", "caótico y anárquico", "sindéresis", "promiscuidad y concupiscencia"... y para nombrar al obispo dice siempre "Su Ilustrísima". Aprovechando lo de concupiscencia le pregunto si va mucha gente a misa. Me contesta que no, y añade que como sus predecesores dejaban mucho que desear, no es posible hacer mucha fuerza. Llegados a la cumbre del castillo, comentamos un rato la magnífica vista de Berlanga. Después nos acercamos al profundo y pétreo tajo del rio Escalote, a cuyo pie está el parque de la Arboleda.
-A veces, ni en lo más riguroso del verano se sufre el frio de ahí abajo -advierte el cura.
El acceso natural al castillo es una puerta, al pie del cerro, contigua al palacio renacentista de los Tovar, señores de Berlanga, y marqueses de la villa desde los tiempos de Carlos I, título que pronto se uniría al de duque de Frías, procedente de la misma familia. A un miembro de ella, don Íñigo Fernández de Velasco, condestable de Castilla, encomendó el emperador la custodia del Delfín de Francia y de su hermano el duque de Orleans, rehenes después de lo de Pavía, custodia que, una vez muerto, pasaría a su hermano Pedro, también condestable. Aqui estuvieron un tiempo los rehenes. Tenía este palacio un gran patio, jardines y terrazas, fuentes y estatuas; pero todo desapareció a raíz del incendio por los franceses en 1811, salvo la gran fachada entre dos torres. Sobre el dintel de la entrada, donde se halla el escudo de los Tovar, se lee, tomado de los Proverbios: Sapientia aedificabitur domus, et prudentia roborabitur, ironías que a veces se permite la realidad con los propósitos humanos.


Me despedí del cura. En el gran espacio que media entre la fachada y una línea de humildes casas con soportal, se hace ahora el mercado de cerdos de cría. Están metidos los animales en unos cajones y son de dos meses. Llevan en la oreja una contraseña de plástico azul, indicadora de todas sus vacunas y garantías. ("Con cuatro meses de engorde se pone en cien quilos, que son ochenta en canal".) Los cerdos tienen una piel tan sonrosada y están tan limpios que uno piensa en la conveniencia de cambiar el viejo y ofensivo nombre de estos animales.

Junto a los cajones y sus mercantes hay hombres que vienen a observar y a tomar el sol. Me arrimo a dos de ellos, y a mis preguntas que los setecientos vecinos de Berlanga han quedado reducidos a poco más de la mitad, lo cual confirma la cifra de mil cuatrocientos habitantes que me dieron en la plaza. Pero hay mucho ganado: vacas (uno solo de los vecinos tiene cuarenta) y sobre todo ovejas (unas tres mil). Y muchos cerdos también. Existe una cooperativa con treinta mil gallinas, doscientos cerdos y doscientos chotos.
Ante mis exclamaciones objeta uno:
 -Total, nada. Aqui lo que necesitamos es un par de fábricas para que no se vaya la juventud.
 -¿y, de qué han de ser las fábricas?
 -Eso... allá los técnicos. Mire usted, si se monta aquí una fábrica los cinco números de la Guardia Civil que tenemos en Berlanga bastan para contener a la obrería. Calcule usted si sería ahorro, con toda la policía que hay en las ciudades para sujetar a los de las fábricas.

Al parecer ha habido intentos fabriles. Unos de Illueca, por ejemplo, querían poner una fábrica de calzado, pero no traían dinero y la Caja les dijo que no. "Traían solo el talento" rie el que lo cuenta.
 -Y ahí por la parte de Almazán -añade el otro- se presentó un día un catalán para montar una fábrica de tejidos. El proyecto era de ciento veinte millones de pesetas, y el traía veinte, según contaba. El gobierno estaba dispuesto a dar el crédito, pero claro, mandó antes unos economistas. Uno de ellos, ¿te acuerdas, Tomás? era listísimo. Pues bueno, le dijo el economista, muy bien, pero lo primero que ha de salir al ruedo son sus millones, y el Gobierno ha de controlar el asunto. El otro dijo que no, que él quería libertad de acción. Los del Gobierno se cerraron, y no hubo arreglo.
 -¿Y el campo, cómo va?
 -Bien. Ahora, con los fertilizantes, lo sembrado se multiplica por diez, el doble o más que años atrás, cuando parecía que coger diez granos por uno parecía una barbaridad.
 -Más tarde me acerco a un extremo de los soportales, donde un esquilador pela una mula. Después de un rato presenciando la operación, me dice uno de los mirones:
 -¿De ande es el hombre?
Respondo y entro en diálogo con ellos. Al cabo de poco, el esquilador, Juan, el único que queda por estos contornos, me pregunta:
 -A ver, ¿cuanto le parece a usted que cobro por este trabajo?
 -Hombre, depende de lo que tarde.
 -Pongamos una hora.
 -Pies ciento o ciento veinticinco pesetas.
 -¿Lo veis? Sepa usted que cobro cuarenta. Y me canso. Soy viejo ya.
 -¿Viejo tu? ¿Entonces qué seré yo? -dice un hombre muy gordo.
 -¿Cuantos años tiene usted? -pregunta el esquilador a Leoncio, que tal es su nombre.
 -Ochenta y cinco. Conque mira tu si eres joven con setenta y cinco.
En el grupo está también Valentín, herrador, que cobra cinco duros por poner una herradura y trabaja con un veterinario. Dice, respetuoso con las jefaturas:
 -Ellos, los veterinarios saben la teoría; nosotros, la práctica.
A continuación me explica en qué consiste la aguadura, un mal que les entra a las caballerías en la palma y que él sabe curar muy bien con cataplasmas de salvado, agua y vinagre.

Me meto después por una calle donde se ve una bonita casa gótico-renacentista, comprada por un suizo para llevársela a su país, cosa que al fin no le autorizaron. Sigo adelante y pregunto el nombre de esta calle a una mujer.
 -Yo soy de Morales -me contesta
 -Es la calle Real -aclara un transeúnte- Ahora le llaman del General Mola.
Más adelante veo el taller de un cordelero. También es tapicero, me explica, y tiene a la vista, contra una pared, toda la sillería de un bar para renovarle los desgarrados plásticos. Además compra y vende cencerros, braseros, puertas cuarteronas, candiles "y todas las pijadas que se presentan"


Recorro casi todo el pueblo, en su mayoría de casas de adobe, al natural o enlucido, -con ladrillo alguna vez-, y entramado de madera también. Atravieso la bonita puerta de Aguilera, con sus almenas en lo alto, restos de la antigua muralla, y vuelvo a la plaza Mayor. Me siento en uno de los bancos junto a un viejo que hace en el suelo dibujos ilusorios con su bastón; ilusorios porque la plaza está encementada. Enseguida de sentarme entablamos diálogo; la gente de Berlanga es extremadamente comunicativa. El viejo no está conforme con mis elogios del pueblo:
 -No vale nada. Las casas son muy viejas y se hunden: Por eso edifican ahora en las afueras. ¿Ha visto las escuelas?
 -Las están ampliando para traer todos los chicos de alrededor. Algo animará esto. Diez maestros tendremos aquí.
Sigue con sus dibujos.
 -Lo que más vale de Berlanga es la Colegiata. Ya la habrá visto, ¿no?
 -Ahora voy a ir. Pasé dos veces por delante.
 -¡Pero hombre!, hay que verla en seguida. Por cierto, cuando entre, fíjese usted en la piel de ardacho que está colgada junto a la puerta, a mano derecha.
 -¿Ardacho?
 -¡El ardacho es un lagarto, hombre!
 -¿Y qué hace allí esta piel de lagarto?
 -Es la historia más célebre de Berlanga, hombre, y eso que aquí hay mucha historia. Ya veo que usted no es de esta parte. Me pareció por el habla
 -No, no lo soy. ¿Qué historia fue esa?
 -Pues que hubo un tiempo, ¡qué se yo cuándo!, en que un chaval, un pastor, cogio un ardacho, bueno, un lagarto; y dio en cuidarlo y alimentarlo con leche. Lo soltaba a la atardecida, cuando volvía con el ganado, y a la mañana tocaba un pito, un flautín o qué se yo qué y aparecía el ardacho para recibir su alimento, la leche que le presentaba el pastor en una escudilla de madera de las que usábamos antes los labradores para beber vino los días de fiesta. Total, que pasaron los años y el lagarto se hizo muy grande, una cosa nunca vista en estos animales, hasta que el chaval llegó a mozo y tuvo que ir a servir al Rey. Entonces el lagarto, a falta de su protector y de la leche que le daba, dio en la mala cosa de ir al cementerio y, sin respetar el sagrado, desenterraba los muertos y se los comía. El pueblo estaba asustado y no sabían qué hacer. Conque cumple el mozo su servicio, vuelve al pueblo  y al ver el daño que estaba causando, acordó con los vecinos hacerlo caer en un cepo. Así fue, lo mataron y con permiso del señor cura pusieron la piel donde le dije.

La colegiata, del siglo XVI, tiene empaque de catedral. Es obra de la mencionada familia de los Tovar. Antes de hacerla, las diez parroquias de Berlanga las fueron concentrando los marqueses en la de Santa María del Mercado, que convirtieron en colegiata y que luego alzaron, en solo cuatro años, en su planta actual. La proyectó el arquitecto Juan de Rasines, a quien elogiaron grandemente Lampérez y Sabatini. Y con razón. Hay en ella además, buenas tallas, rejas y retablos. Lo malo es el polvo y el abandono, que van dándole, por dentro, un aire tristón y decrépito; porque en el exterior luce mucho la belleza de sus doradas piedras. Recorro el templo y me detengo a la izquierda en la capilla de los Bravo de Lagunas, dos hermanos gemelos, el uno alcaide de Atienza y el otro obispo de Coria. Presidida por un bonitísimo retablo gótico, tiene en su centro el sepulcro y las estatuas yacentes de los gemelos.

Al cabo opuesto, en la capilla de los Cristos, está el sarcófago de Fray Tomás de Berlanga, el hijo más ilustre de este pueblo. Ingresó en la orden de los dominicos en San Esteban de Salamanca y fue uno de los primeros entre los de su orden en llegar a La Española, en 1510. En 1522, siendo prior allá, impuso el hábito dominico a Fray Bartolomé de las Casas, de cuyas ideas en favor de los indios participaba. Antes en 1517, y a este fin, firmó una carta colectiva para Cisneros. En uno de sus viajes a España en 1533, fue presentado a Carlos I y recibió el nombramiento de obispo de Panamá y Tierra Firme. Después, y por encargo del propio emperador, fue al Perú, con objeto de mediar en las disensiones entre Pizarro y Almagro y para indagar al paso sobre las razas y la geografía de aquel territorio. Mas que por todo eso y por su elocuencia como predicador, sería conocido por su curiosidad de naturalista. El fue quien introdujo en América el plátano africano o guineo, llamado un tiempo "dominico" por la orden a que pertenecía, y se dijo que trajo el tomate a España. Pero aun nos importa mas subrayar su descubrimiento de las islas Galápagos, archipiélago del Pacífico, formado por catorce islas mayores y numerosos islotes e islas menores, sorprendentes por sus extrañas formas volcánicas y por la mansedumbre de los animales que las habitaban, islas que durante un tiempo recibieron el nombre de Encantadas.

Pues bien, en 1831, un hombre que estuvo próximo a ser eclesiástico de su religión, Charles Darwin, embarcaba en el Beagle para hacer un viaje alrededor del mundo que habría de durar cinco años. Al emprenderlo, Darwin creía en la inmutabilidad de las especies, pero al retorno estaba convencido de su evolución, cosa que encresparía hasta hace no mucho a los teólogos más rigurosos, porque ello venía a contradecir la interpretación tradicional de algunos versículos del Génesis relativos a la Creación. Lo curioso en relación con Berlanga es que la clave de la nueva teoría fue hallada por Darwin, próximo a cumplirse el cuarto año de su periplo, cuando al encaminarse a la Polinesia, el Beagle vino a parar a Las Galápagos, las islas descubiertas por el fraile exactamente tres siglos antes, en 1535. El aislamiento y la necesidad de sobrevivir habían determinado la evolución de la fauna insular.
Mientras, dispuesto a salir, contemplo el ardacho, aparece el cura.
 -¿Qué le ha parecido la colegiata?
 -Magnífica. Diga usted, ¿es este el ardacho que se alimentaba de cadáveres?
 -Este es el caimán que trajo de las Indias fray Tomás de Berlanga, para dar solaz a sus compatricios con una alimaña jamás vista cabe el Duero, y menos aún cabe el Escalote. El mismo la disecó.
 -¿Y como surgió esa historia del lagarto y el pastor?
 -Esa es una historia falsa, hija de la incultura y de la impiedad. De ambas, la incultura y la impiedad, debemos huir como de Lucifer.
 -De todas maneras, sería interesante saber como se forjó.
 -Con la mentira y con Lucifer no se debe jugar nunca.
 -Ya. Lo malo es que no siempre resulta fácil distinguir la verdad de la mentira.
 -Si, señor. Para eso está la sindéresis.
 -¡Ah, claro! Pues buenos días señor cura. -Dos pasos después me vuelvo para decirle- Se me olvidaba, ¿por donde queda la Yubería, es decir, lo que fue judería de Berlanga? Tengo entendido que fue importante en la Edad Media.
 -Allá por el Mirador de las Montas. -Ahora es el cura quién despues de dar unos pasos se vuelve-: Pero oiga, veo que a usted le interesan las cosas raras y confusas.
 -A veces sí
 -Pues que Dios nuestro señor alumbre sus pasos y le dé paz.

Mientras doy vuelta a la Colegiata por la parte de la torre, pienso en los cuidados del fraile para que su caimán disecado llegara sin daño, primero de Panamá a Sevilla, y luego por tierra, desde Sevilla a Berlanga, allá en 1541, en su último viaje a Europa. Aceptada cuatro años más tarde su renuncia a la diócesis americana, el fraile se instaló en su pueblo, donde murió en 1551. En otro muro de la colegiata, pasada la torre, veo sobre un dintel este letrero, nunca visto por mi en España: "Iglesia de asilo", vieja inmunidad que en estos últimos años parece renacer. Cuando este cartel se puso aquí, las autoridades civiles no podían prender a los reos acogidos a la colegiata. Tiempo hubo en que la inmunidad alcanzaba a todas las iglesias y conventos, y como ciudades y villas estaban llenos de ellos, ofrecían un seguro ideal para los injustamente perseguidos, y también para los criminales manifiestos y para los comerciantes en quiebra. Y no solo esto, sino que se hacía contrabando en los templos, a favor de tal asilo y de la amenaza de entredicho, excomunión y otras penas con que eran castigados los trasgresores de la inmunidad.


A la hora de comer me meto en el figón La Pajarita, y aun doy después una vuelta por las antiguas calles. En una de ellas, la de la Iglesia, me encuentro con Inocente Rodríguez. Está medio tullido de las piernas. ("Por la pleura y la reuma, de cuando hicimos la traída de aguas, va para cuatro años. Sesenta y cinco tengo ahora.") Arrimado a la pared y con los bastones a un lado, está afilando unos cuchillos en la ventana de una casa próxima a la suya. Mañana harán la matanza. Me habla Inocente de un libro que tenía con toda la historia de Berlanga:
 -Todo se explicaba allí. Pero lo presté y no me lo devolvieron. Era un libro que no se pagaba con nada.
Con otras ponderaciones tan reverenciales hacia los libros como las oídas en Robledo de Corpes, recuerda Inocente los pasos e imágenes de la Pasión que, según el libro, habían hecho famosas las procesiones de Berlanga:
 -Se guardaban en la ermita de la Soledad, y ya no existen. Los quemaron los franceses. ¿Y sabe usted por qué? Para dar fuego a las calderas donde cocían los ranchos. ¡Qué le parece!

Inocente Rodríguez, a más de albañil, fue en su día enterrador y campanero. Tras la recapitulación nostálgica de sus profesiones, dice cuando me despido:
 -Ahora soy un pobre desgraciado
 -Todos lo somos -contesto para animarlo.
Al acabar la calle de la Iglesia me vuelvo hacia atrás y veo, apoyado en la pared, al pobre Inocente, que, correspondiendo a mi saludo, alza con enorme tristeza uno de los bastones.

Después, en un taxi, voy al Burgo de Osma. Lo conduce un joven yeyé, una especie de Adonis rural, el hijo del taxista Periquín. Él y sus amigos van a divertirse a Almazán, El Burgo y Soria, pero sobre todo a Aranda de Duero. Atravesamos amplias zonas de pinares, de algunos de los cuales penden nidales de madera de distintos colores colocados por el Servicio de plagas forestales. Tras mil estériles luchas contra los insectos nocivos, han optado los técnicos por proteger ciertas aves insectívoras, con buen resultado, al parecer.

17 de octubre de 2011

Puntualizaciones sobre el Trabuco


En febrero de este 2011, pusimos en el blog un artículo encontrado en una revista de 1935 que hablaba sobre el Trabuco, personaje berlangués de principios del pasado siglo, del que circulan todavía un sinfín de anécdotas, que lo convierten, casi todas ellas, en un hombre poco convencional, amigo del riesgo y de la aventura, y que tuvo por todo ello un desgraciado final.
El artículo en cuestión (al cual pueden enlazar pinchando AQUI) relaciona unas cuantas aventuras y desventuras del personaje, remitiendo al final del mismo a una segunda parte, que no fuimos capaces de encontrar.
Hace unas semanas recibimos por parte de un familiar un escrito de replica, poniendo las cosas en su sitio y explicando las falsedades que divulgaba el dicho artículo de la Revista Crónica, del año 1935, la cual, después de revisados unos cuantos ejemplares, podemos decir que adolecía de una absoluta falta de rigor y de una clara tendencia al amarillismo.
Pusimos el artículo en el blog con el único ánimo etnológico o cultural con el que hemos puesto otros parecidos, sin segundas intenciones, ya que sabemos que hay descendientes de esta persona que merecen todo el respeto por nuestra parte. Y esperabamos como esperamos siempre, y asi ha sido en esta ocasión, que los que saben más que nosotros, cosa harto sencilla, pongan la información que falta para tener la panorámica completa.

Muchas gracias por tanto, a este nieto del Tio Trabuco y aqui tienen completo su escrito de puntualización:

PRIMERO: EL TITULO DE CABECERA QUE EL CRONÍSTA LE DIO A ESTA HISTORIA YA ESTA FUERA DE SITIO AL COMPARAR Y PONER A UN HOMBRE HONRADO AL MISMO NIVEL QUE A LOS AUNTÉNTICOS BANDOLEROS DE LA ÉPOCA.
 
No fue un bandolero Enrique García Hernando, ni fue un pobre hombre, ni fue un hombre temido en la provincia de Soria, y mucho menos un malhechor, y sobre el mito del coco, ni la familia ni nadie del pueblo jamás me han contado que las madres dijeran a los hijos que viene el Trabuco.

Este cronista cogió la parte más rocambolesca y exagerada de esta historia, como suelen hacer algunos periodistas, historiadores o cronistas que no son rigurosos con sus publicaciones. Y si a ese periodista Mario Alegría, de la revista CRÓNICA Año VII. Número 302. 25 de agosto de 1935 le contó el relato el Sr. Ángel, le vuelvo a repetir como le dije en el anterior escrito, que esta persona contaba las cosas con gran dosis de socarronería. (Astucia o disimulo acompañado de burla encubierta).

En cuanto a que el Sr. Ángel fue protector desinteresado de la familia, como podrán ver más adelante ni fue desinteresado ni fue interesado de esta familia, La Sr. Martina tenía una buena relación con toda la familia ascendente del Sr. Ángel, igual que la tenía con otras familias del pueblo, como tenderos banqueros etc., que no viene al caso relacionar en esta historia.

SEGUNDO: DE ENRIQUE GARCÍA HERNANDO A EL TRABUCO

En este apartado si relata la verdad en cuanto que era un hombre fuerte, robusto, trabajador, honrado, servicial y todo lo demás que enumeran en esos párrafos. No puede estar esta historia más lejos de la realidad con los adjetivos que le atribuye el cronista, da a entender como si hubiese sido una cosa similar a "Curro Jiménez", nada más lejos de la realidad.

No le hacía falta cometer nada de lo que indican, pues era una casa de labradores en una buena posición en aquellos tiempos, poseían tres yuntas para las labores del campo, una de vacas/bueyes y dos de machos, más un burro, vacas lecheras y un rebaño de ovejas de los más grandes que existían por aquellos años, además de una gran bodega por la cantidad de viñas que poseían, o sea que tenían un buen patrimonio y saneado. Patrimonio que tenía las raíces en la Madre de Felipa, (Martina "la Polla").

La tal Martina "la Polla" esposa de Santiago Ramón, tuvieron dos hijos, Felipa y Valentín, era una familia de un bienestar de los más altos del pueblo, miren la situación que tenían, por aquel entonces se podía pagar para que un mozo no fuera a la mili (la mili eran 3 años) y el propio ayuntamiento tenía una lista de voluntarios para enviarlos a cambio del que pagaba, y la Martina pago 3.000 reales para que Valentín su hijo quedara libre del servicio militar, tenían lo narrado en el párrafo anterior y para hacer todas las tareas del campo y ganadería tenían varios criados (hoy obreros), Santiago el marido no podía realizar los trabajos del campo porque tenía las piernas llenas de ulceras (entonces llagas) y andaba con muletas y Valentín el hijo que no era su fuerte el trabajo del campo, solo hacía que dar las ordenes y supervisar lo que le decía su padre, Santiago, daban mucho trabajo a los del pueblo y tenía una bondad exagerada.

Martina, cuando veía algún niño con las alpargatas o la ropa rotas, lo cogía se lo llevaba a la tienda de M. P. y lo vestía, y le decía, ve y dile a tu madre que la Sra. Martina te lo ha regalado. Como bien dicen la Martina estaba encantada con el hombre (Enrique) que

le había correspondido a su hija y le hacía feliz, porque era un hombre responsable y trabajador y convertido en cabeza de familia como bien dicen en su crónica, se hizo cargo de toda la faena que había en aquella casa acrecentando el patrimonio gracias a su trabajo. Pasados unos años, Valentín vio la ocasión con su cuñado Enrique de desentenderse de las tareas del campo, sabiendo que su cuñado era capaz de llevar todo además de trabajar, aprovecho la ocasión y se fue a Barcelona. (±1916). (Como digo anteriormente no le gustaba el campo).

Las críticas falsas e intencionadas hacia el Trabuco, provenían de los del pueblo y pueblos colindantes a Berlanga que sabiendo en la situación de abandono del cabeza de familia que tenían en esa casa, querían aprovecharse de la situación, como: metiéndose en las tierras, en el tiempo de la siega segándoles por la parte del lindero los cereales que pegaban a ellos, sustrayéndoles corderos, etc. etc. pero Enrique aunque estaba mal de la cabeza vigilaba sus propiedades y cuando veía alguna cosa de estas les salía al encuentro y más de uno se las vio en apuros con él, (como era un hombre corpulento y fuerte tenían siempre las de perder) estos cuando contaban estos hechos lo contaban a su manera, no decían que motivos se produjeron para que Enrique se enfrentara a ellos. Y de ahí nacen muchas de las historias cambiadas ya que Enrique no estaba presente para contradecir lo que ellos contaban, y esos dichos se propagaban y quedan como que habían ocurrido.

Y como bien dicen en un párrafo, los convecinos de Enrique no tenían palabras más que para elogiarle, era una gran persona, muy tolerante, trabajador incesante, incansable y benevolente, persona que ayudó en aquella época a mucha gente.

También tengo que decir que las envidias aprovechan estas situaciones y toman venganzas cobardes, como por ejemplo; le prendieron fuego a uno de los corrales que tenía en el campo con las ovejas dentro, muchos del pueblo sabían quien fue, pero ahí se quedo porque nadie fue a la familia a decirle yo he visto al que le ha prendido fuego al corral.

TERCERO: DE TRABAJADOR INCANSABLE A BANDIDO.

Cuenta el cronista que un día se le vio entrar en la taberna, cosa insospechada en él, y que lo convencieron a fin de proponerle un negocio de la patata temprana, y que frecuentaba la taberna con sus compinches y se alejaba cada vez más de la faena, etc. etc., y que le salió mal el negocio. Todo ese párrafo es una invención y una mentira. Lo primero que Enrique no bebía más que en las comidas y poco, a pesar de que tenían en casa una gran bodega. La causa que le llevo a la situación de esta historia fue que se murió la mujer (Felipa) a la edad de 42 años, fue un hombre que estaba completamente enamorado de su mujer, y él empezó yéndose a dormir todos los días al cementerio después de venir de trabajar, se acostaban todos y él cogía una manta y se iba al cementerio a dormir con su mujer, por la mañana volvía a casa y emprendía las tareas del campo, en esta situación estuvo cosa de un año, empezó a estropearse de la cabeza, hoy dirían que cogió una depresión, en aquella época lo trataron como locura.

O sea que sí se conocen las causan que le impulsaron al cambio de vida que tomo con relación a la que llevaba. Cuando se produjo esta situación el año 1928/29 dejo la casa como bien dicen con 6 hijos, 3 hijas y 3 hijos y el primogénito no es el Quirico como dice la crónica

Cronológicamente los 6 hermanos son; la 1ª hija Marcela (con 25 años la única casada), el 2º hijo Quirico (con una edad 22 años), la 3ª hija Julia (con 18 años), El 4ª hijo Hipólito (con 13 años), el 5º hijo Eloy (con 12 años) y la 6ª hija Araceli (con 7 años). Por lo que el dato que dan de dos hijas casadas no es cierto, y que estaban en Barcelona tampoco, el primero que se fue a Barcelona fue el 4º hijo, este sí que estaba en Barcelona cuando escribieron la crónica, se fue a casa de su tío Valentín, hermano de su madre Felipa que se fue a Barcelona allá por el año ±1916.

Tengo conocimiento de que si cometió alguna fechoría pasado un tiempo, esto paso cuando se fue alejando del pueblo hasta ir a parar a la parte de Burgos, porque al principio lo que necesitaba lo cogía de casa y de la huerta que tenían.

A partir de ahí y con las dos detenciones que había sufrido se fue para la parte de Burgos donde fue nuevamente detenido e ingresado en una casa de socorro que es donde murió, hecho que nunca comunicaron a la familia.

CUARTO: POR NO MATAR A LA ABUELA

En cuanto a lo que narran en este apartado y que dicen que son:

A/ Que cuantas veces ha sido detenido ha hecho la misma declaración, no tengo conocimiento de ello, pero sí es verdad sería fruto de la situación que se encontraba Enrique.

B/ Que entretanto la abuela Martina acogió a los nietos y enterró a la hija, víctima de los sufrimientos:

1/que acogió a los nietos cuando se produjo la muerte de su hija Felipa, eso sí es verdad.

2/que en esos años que Enrique era detenido enterró a la hija Felipa no es verdad, como ya explico en el tercer punto se produjo el abandono por la muerte de la mujer, con lo cual cuando él era detenido ella no existía, por lo que este párrafo es otra invención.

C/ Y sobre los dichos, la mayoría son invenciones, no fue hombre de tener armas en casa.

QUINTO: MATAME YA DE UNA VEZ

No tengo conocimiento de si se produjo este hecho con Quirico, pero me comenta mi informador que es persona que vivió esta historia en sus propias carnes, que la relación de Enrique con Quirico no eran las adecuadas entre padre e hijo, a pesar de que su padre lo tenía en gran estima porque Quirico padecía un defecto en un pie desde su nacimiento (era cojo) y nunca trabajó en el campo, y cuando tuvo la edad que en aquel tiempo exigieran se metió de alguacil en el ayuntamiento, tampoco recuerda si en esa época ya estaba en dicho cometido. Yo lo conocí de alguacil y pregonero del pueblo.

Miren en que estima tenían a Enrique en el pueblo, que cuando lo detuvieron lo llevaban por la noche a su casa a dormir y por la mañana lo volvían a la cárcel.

MOTE: "TRABUCO"

Saben que los motes a las personas viene por cualquier tipo de cosa o defecto que pase a una persona y sobre todo en los pueblos. El mote de Trabuco vino porque cuando era jovencito fue en los años que se hizo la vía férrea de Ariza a Valladolid que pasa por Berlanga y en el tiempo que en casa de sus padres no tenían quehaceres del campo, se fue a trabajar de pinche a esta obra de la vía.

Para echar la piedra en la vía utilizaban unos cestos planos que también los utilizaban los camineros en las carreteras, estos cestos planos tenían un nombre raro (que no han sabido decirme) también utilizaban botijos, que los llamaban "búcaros" y él como pinche estaba para acercarles tanto el botijo como los cestos, y uno de estos dos elementos no sabía pronunciarlo el nombre y lo llamaba "Trabuco", con lo cual, los obreros muchos también del pueblo cuando se lo pedían le decían “tráeme el "Trabuco" y de ahí quedo el mote para la historia.

Informadores

Para su conocimiento le diré que soy uno de los nietos de Enrique de los 9 que actualmente estamos vivos y que tengo 65 años. Yo no lo conocí pero siempre me interesó esta historia que me contaron mi familia y gente mayor del pueblo y siempre les decía que me contaran lo bueno y lo malo que hubiese podido pasar. Toda mi información ha sido consultada y contrastada con otro nieto que en estos momentos tiene 83 años que vivió aquella época y en casa del abuelo Enrique.

Por lo que les rogaría que hagan desaparecer de la Web todo aquello que principalmente son calumnias y no lo tengan bien documentado.


F. Núñez García y M. Muñoz García.

11 de octubre de 2011

La Vanguardia 14.07.1922

DESPOJO FRUSTRADO
LAS PINTURAS DE SAN BAUDEL.
Artículo aparecido en LA VANGUARDIA del día 14 de julio de 1922

Un gran revuelo levantó estos días la. noticia de que por un extranjero, y para ser llevadas a Norte-América, procedíase a arrancar, trasladándolas a telas, las famosas pinturas de la ermita de San Baudel de Berlanga, emplazada entre Caltojar y Casillas, en la provincia de Soria. Con anterioridad, unos vecinos de Casillas pusieron en autos, al gobernador civil, de haberse presentado un individuo, de nombre León Leví, ofreciendo cincuenta mil pesetas por aquellas pinturas. Dicha autoridad les advirtió del derecho de tanteo y retracto que en todo caso, tiene el Estado, y de la responsabilidad que contraían aquéllos que facilitasen la venta; más, por ser la expresada er mita monumento nacional. El anticuario tentó la codicia con la oferta de sesenta y cinco mil pesetas en lugar de la suma anterior, y quienes manifiestan ser condueños de la fábrica, no acertaron a resistir a la tentación.

A poco comparecieron tres obreros italianos que pusieron manos a la obra de arranque de las pinturas. Denunciado el hecho al gobernador civil, don Luis Posadas, faltóle tiempo para ordenar que la guardia civil impidiere a toda costa los trabajos de expoliación y, a más, con el delegado regio de Bellas Artes y dos individuos de la Comisión provincial de Monumentos marchóse a Casillas, comprobando ser cierto lo denunciado.

Se dispuso la incoación de expediente, con objeto de poner en claro a quienes hay que exigir responsabilidad. La guardia civil fue encargada de evitar que se reanudasen las operaciones. En Cataluña iban también, a ser trasplantadas las decoraciones pictóricas de las iglesias románicas; pero la Junta de Museos de Barcelona, al saber que unas de esas pinturas, las de la iglesia de Mur, habían sido arrancadas—ahora están en el Museo de Bostón—, removió Roma con Santiago para impedir, como lo ha alcanzado, que las demás saliesen, para el extranjero, y ha conseguido que las de diez iglesias pirenaicas pasen a constituir valioso caudal del Museo de Barcelona, para lo que se puso, además, de acuerdo con los extranjeros que habían venido a trabajar por cuenta ajena.

Volviendo a las pinturas de San Baudel de Berlanga, transcribimos, a seguida, lo que sobre ellas ha escrito el señor Gómez Moreno en su interesantísima obra Iglesias mozárabes:
«Esta ermita de San Baudel—dice ese ilustre arqueólogo—, aparte su arquitectura, adquiere gran notoriedad por la decoración pictórica que la reviste completamente por dentro. Su procedimiento es a temple y con pocos colores; las pinturas de las bóvedas perdiéronse a fuerza de recalos: la capilla mayor y el rincón oriental, en gran parte, fueron encalados, no manteniéndose visible y bien conservado sino una mitad del total. 

Sus representaciones son del Evangelio, empezando en la bóveda y fueron dispuestas en tres zonas, más una adoración de los Magos y ángeles con escudos, alanceando al dragón, pintados en la capilleja de la tribuna. Su estilo es seudobizantino, absolutamente rutinario, con arquitecturas de arcos regulares, redondos y escarzanos sobre columnas bizantinas e interesando sobre todo ciertas figuras tomadas del natural, especialmente el grupo de guerreros, guardianes del sepulcro, cuyo traje es: loriga con almófar, cazas rojas, zapatos de orejas, yelmo picudo con guardanás y escudo en forma de almendra. Otra zona inferior desarrolla asuntos de la vida ordinaria .expuestos con naturalismo sincero, especialmente cacerías, personajes militares, animales, telas de Oriente y adornos, sin cosa que revele influjos moriscos, pero sí hay un gran camello y un hombre con traje talar, yelmo, lanza y adarga redonda con sus borlas.
En la capilla se traslucen letreros en mayúsculas romanas, pero ilegibles. Será inverosímil fecharlas entre la segunda mitad del siglo XII y principios del XIII, valiendo para ello las otras pinturas de San Isidro (sic) de León, aunque mucho más francesas que datan hacia 1180 »

De lo sucedido en la provincia de Soria despréndese no sólo cuan sencillo es, en nuestro país, apoderarse de las obra de arte ambicionadas,—pues sigúese creyendo que con oro no hay negocio que falle,—sino también la desidia del Estado español, que no tiene montado debidamente el servicio de vigilancia de los monumentos nacionales, a los cuales debieran realizarse, por personas competentes y enteradas, visitas de inspección frecuentes.

Otra contrariedad es que, mientras negocien en antigüedades, a más de los chamarileros de menor cuantía, gente que, por su posición social no había de contribuir a que saliera la riqueza artística de España, es inútil pedir a los gobernantes medidas coercitivas. Ya habrá quienes conviertan en cañas las lanzas ministeriales. Y sí trátase de las Cortes, se atascará, como tantas veces, cualquier proyecto que tienda a retener el tesoro artístico de la nación.

Porque el caso de San Baudel de Berlanga es sólo uno más de tantos como se dan en nuestro país, que no percátase de la inmensa trascendencia que reviste ese éxodo del patrimonio artístico. Todas las naciones no sólo defienden el suyo con ahinco, sino que ven de acrecerlo con el de los demás, si la ocasión se tercia. Nosotros, en cambio, sólo un núcleo pequeño tiene montada la guardia para dar la voz de alarma sobre el despojo intorelable. La. inmensa mayoría no acierta a explicarse, que sea mejor negocio para el reino conservar unos cuadros viejos, unas telas deshilachadas o unas piezas de alfarería, que un puñado de pesetas.

(foto de la Internet: Ermita de la Calzada, en Brías: Declarada Bien de Interés cultural en 1996, y expoliada repetidamente. En agosto de 2011 se llevaron durante la verbena de las fiestas varios fustes y capiteles de su portada)

4 de octubre de 2011

El Cid de Tierra Berlanga

Don Fredes, Fredesvinto de Grado, que fue cura de Berlanga en los años cuarenta del pasado siglo, era hombre de personalidad arrolladora  y fuertes convicciones, optimista, vigoroso, cantarín, que iba contagiando al prójimo su alegría.

Ya en aquella época de muy escasas disidencias en materia religiosa y política, con las heridas de la guerra todavia muy recientes, se le oyó muchas veces hablar en voz alta en contra de la segregación de niños y niñas en las escuelas, argumentando que si habían de vivir juntos, bueno sería que también aprendieran juntos a vivir y a relacionarse, y que eso no era incompatible con la doctrina de la santa madre Iglesia por mucho que lo dijeran los que hacían y deshacían en el Régimen, que andaban a la sazón conchabados con los que mandaban en el clero, hasta el punto de que algunas veces se confundían unos con otros.

Don Fredes, que si no recuerdo mal, era de un pueblecillo de la Tierra de Ayllón, escribió un libro de poemas titulado "Lira poética" donde dejaba en sus poesías de factura sencilla todo su sentimiento religioso y su amor por su tierra adoptiva de Berlanga. Hay algunas dedicadas a la colegiata de Berlanga, a Bayubas de Abajo, al rio Duero...

Encontrar ahora este libro es tarea ardua, pero hemos tenido acceso a un ejemplar que guarda un vecino de Ciruela, como oro en paño. No estaría nada mal una reedición, con el ejemplar que se custodia en la Biblioteca Nacional.

Esta es una poesía del libro dedicada al último Cura a caballo que hubo en Caltojar. Se titula "El Cid de Tierra Berlanga" y tiene una dedicatoria: "a mi querido amigo el Cid de Berlanga, caballero como ninguno de a caballo. 3-11-1944"

(estribillo) Es mi yegua mi tesoro
y es mi patria Caltojar
aunque vivo en los caminos
pues mi ley es caminar

Figura del siglo veinte
mantenedor de una raza
para estirpe de Quijotes
sin vientre de Sancho Panza
Su nombre es libro en la historia
de nobles gestas hidalgas,
no tiene rancio abolengo
ni sangre de regia casa.
Sus andariegas virtudes
y la nobleza del alma
buriles son que labraron
el escudo de sus armas.
Valiente como ninguno
¿quién no ha oido sus hazañas?
Es un nuevo Cid montado
sobre el lomo de su jaca,
apostada la figura
altanera su arrogancia
¡miradlo fijo en su silla;
viejo pantalón de pana,
el capote en delantera
y el pañuelo entre la faja.
Es el rey de los caminos
y de las grandes distancias.
No tiene miedo a la noche
ni al frio ni a las escarchas,
jamás en sus sesenta años
le dieron las seis en cama,
tan pronto aparece en Brías
como en Rebollo o en Barca,
el lunes al Burgo de Osma
el jueves, fijo, a Berlanga
A Almazán todos los martes,
y el resto de la semana
si amanece en Arenillas,
en La Riba no descansa.
¡Qué bien rige sus dominios
al galope de su jaca!
No discutas a su mesa 
de caminos ni distancias.
¿Cuanto habrá desde Alpanseque
a Pinilla y Villasayas?
¿Conoce usted el camino
de Valfermoso a Ledanca?
¿Qué pueblos son más pequeños:
Taroda, Nolay o Viana?
Y al punto como si fuera
su cabeza extenso mapa
te irá diciendo habitantes
kilómetros y distancias.

Hace unos días me dijo
que piensa vender la jaca,
y una lágrima rebelde 
resbalaba por su cara.
Decía que el sacristán
(y esto le llegaba al alma)
la tiene mucho más gorda,
y que la suya está flaca.
El sostiene que en sus pueblos
no saca para cebada;
y si ambos tercos no ceden
y la tormenta no amaina,
como yo estoy sin abuela,
el se queda sin potranca.
y ¿qué será de su vida
luego, tan solo en su casa,
aunque despume el cocido
y apimiente las patatas?
Serán muy lentas las horas...
que cuando a un árbol le arrancan
de su tronco las raices
si no muere poco falta.
¡Siga, siga usted su vida
de aventureras andanzas
corriendo pueblos, aldeas,
ferias mercados y plazas!
Deje usted otros cuidados 
que no conducen a nada,
pero no deje que un día
Osma, Almazán y Berlanga
dentro de sus carnes sientan
la angustia de su nostalgia.
Venda libros y papeles,
pero monte usted la jaca,
porque si al fin de su vida
pierde el honor de sus armas
¡adios! murió para siempre
"el Cid de Tierra Berlanga"